A finales del año pasado murió Jacqueline de Romilly, helenista, que fue la segunda mujer aceptada en la Academia francesa, tras Yourcenar. Tenía 97 años y estaba ciega: deja ensayos sobre el hermoso Alcibíades, sobre Tucídides, sobre el espanto y la angustia en los trágicos griegos, sobre los orígenes de la democracia... Nunca estuvo en
Gran Hermano y no sabía jugar al fútbol: una vida desperdiciada. De su obra admirable prefiero
Patience, mon coeur! (Belles Lettres). Se centra en la admonición que Ulises se hace a sí mismo en la
Odisea, pidiéndose sosiego cuando al llegar a Ítaca ve los desmanes de los pretendientes y siente el impulso de una venganza apresurada. Es la primera vez en nuestra cultura que un humano habla no con sus semejantes o con los dioses sino consigo mismo. El comienzo de la psicología, el testimonio inaugural de la conciencia que reflexiona sobre su intimidad.
En la 'Odisea' es la primera vez en nuestra cultura que un humano habla consigo mismo
Esta reflexión es sin duda característica de la condición humana. Pero, ¿basta para definirnos? ¿En qué consiste nuestra humanidad? El profesor Francis Wolff, filósofo de la Escuela Normal Superior de París, explora las principales respuestas a esta pregunta en una obra muy sustanciosa -
Notre humanité (Fayard)- recorriendo el apasionante camino que comienza en Aristóteles y acaba (¡por el momento!) en las neurociencias. El autor distingue cuatro etapas principales, en cada una de las cuales la idea filosófica del hombre está ligada a una nueva perspectiva científica: el animal racional aristotélico, ligado al origen de las ciencias naturales; el alma unida a un cuerpo, aunque radicalmente distinta de él, propuesta por Descartes como base de la física matemática; el sujeto sujetado de los estructuralistas, que se convirtió en el objeto central de las ciencias humanas en la segunda mitad del pasado siglo; y el animal como los otros, aunque con características propias y quizá únicas, a saber sus capacidades cognitivas, que hoy estudian las neurociencias (entre las muchas obras de referencia es bastante completa y legible la de Michael S. Gazzaniga,
¿Qué nos hace humanos?, Paidós).
No se trata de avanzar desde la semiignorancia hasta el verdadero conocimiento, pues cada figura establece su razón desde parámetros propios y universalmente significativos. Pero Wolff no se limita a analizarlas con perspicacia, sino que también señala los peligros políticos y morales de cada una: el esencialismo de la primera puede justificar la esclavitud y la inferioridad de la mujer, el dualismo de la segunda reduce todas las especies naturales a mera materia bruta, la tercera convierte al hombre en una construcción de la cultura, la lengua o lo simbólico que debe ser rectamente reconstruida por el saber que lo objetiva y la cuarta asimila el hombre a la animalidad que comparte (de tal modo que puede ser eliminado como cualquier otro bicho si es nocivo o postergado a otros vivientes si padece minusvalías) mientras que todos los animales son declarados libres e iguales, sustituyendo la política por la biología. Por supuesto, ninguna de estas posibles derivaciones negativas invalida necesariamente esos conceptos.
Francis Wolff es autor de
Filosofía de la corrida (Bellaterra), defensa e ilustración de la fiesta taurina con argumentos que nada deben al folclore cañí ni al casuismo escolástico. En este nuevo libro resume en pocas páginas su crítica del animalismo, concluyendo que los valores humanistas están igualmente amenazados por quienes los reservan solo a parte de los humanos y por los que pretenden extenderlos más allá de los límites de la humanidad. No logrará convencer al que se atrinchera en la intuición sentimental ("¡mírales a los ojos, pobrecitos!"), pero creo que hará pensar a otros. En todo caso, la pregunta por la humanidad durará tanto como nosotros. Incluso los convencidos de que enseña más sobre nuestra condición leer a Pascal que a Darwin aceptamos que lo mejor es leer a ambos. Y a los que vengan después...
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