La infiltración cultural
POR EDUARDO PAVLOVSKY
En un artículo titulado “La mundialización como problema filosófico”, el ensayista profesor de la Universidad de Duke Frederick Jameson nos introduce en la compleja trama de la infiltración cultural, sugiriendo que el concepto de mundialización, desde la perspectiva de la comunicación, adquiere una dimensión cultural no suficientemente abordada.Más allá de los beneficios del acceso a los medios al nivel del discurso del espacio público, que antes condenaba a segmentos enteros de la población mundial al silencio y a la desinformación, hoy se estaría creando la ilusión de una democratización popular. El nuevo espacio mundial expresa una gama de pluralismo sin precedentes: se nos dice que todo el mundo, con sus diferencias y heterogeneidades, tiene actualmente la posibilidad de conocer lo que ocurre más allá de sus fronteras. La televisión nos muestra todo a todos. Parecería un verdadero culto a las diferencias o la diversidad.
Pero Jameson sugiere que, si esto se traslada a términos económicos, surge una creciente identidad predominante, y desaparece la diversidad. “Nuestra reflexión acerca de la mundialización comienza a ser invadida por una imagen de estandarización a una escala sin precedentes. Una integración forzada en un sistema-mundo que vuelve imposible toda desconexión (para emplear el término de Samir Amin)”. Este punto de vista siniestro de uniformidad es opuesto al mundo de la heterogeneidad sugerido más arriba y todo indica que, en el mejor de los casos, uno y otro coexistan.
La cantidad de personas que miran programas de TV exportados desde Estados Unidos basta para percibir que estamos en presencia de la intervención cultural más profunda de todas las que se han conocido “incluyendo formas anteriores de colonización y aun de turismo”, según Jameson. Un gran cineasta indio observó recientemente hasta qué punto los gestos y el andar de su hijo habían sido influidos por la TV norteamericana y se preguntaba si sus ideas y valores no estarían también afectados. Existe una cultura mundial o transnacional de éxitos literarios, cinematográficos, pictóricos, etc. que son profusamente difundidos por los medios, en un nivel de circulación imposible de competir para todo tipo de producción local, que por eso mismo tiende a quedar marginada. El idioma inglés no es elegido con fines estéticos, sino con propósitos prácticos: como lengua del progreso o del dinero. Es probable que nosotros mismos, los argentinos, no tengamos suficiente conciencia de las alteraciones de nuestros valores a través de la tremenda influencia cultural norteamericana.
Existe en el mundo, según Jameson, un conflicto entre los enormes intereses culturales de Estados Unidos para abrir fronteras a todas sus producciones (de cine, TV, música etc.) y los Estados Nacionales que tratan de defender algo de su singularidad y de las consecuencias de estos estragos materiales y sociales (decimos sociales a causa de la deformación continua de los valores en sus identidades culturales). Jameson sugiere lo indispensable de las subvenciones gubernamentales para la creación de las industrias cinematográficas nacionales o independientes. “En Europa funcionan así las Lander de Alemania y Francia, a través de retenciones sobre las ganancias del cine comercial, además de la nueva ola de cine inglés alrededor del Channel 4 y del British Film Institute”. Vale aclarar que las negociaciones del GATT apuntaban a anular todas las subvenciones locales y nacionales y permitir la libre circulación de los filmes norteamericanos, lo que representa la muerte de las otras filmografías nacionales. Esto no es algo nuevo: ya en la época del Plan Marshall, la ayuda norteamericana condicionaba la cantidad de películas norteamericanas que debían admitirse en los mercados europeos. Como dice Jameson: “No es simplemente un triunfo económico, sino formal y hasta político”.
A través del poder hegemónico de los medios, los Estados Unidos nos han suministrado una concepción del mundo. Se suponía que, a través del cinepolítico del 60 y 70, el descubrimiento o invención de una forma estética radicalmente nueva podría dar lugar al surgimiento de nuevas creaciones de relaciones sociales y de nuevas maneras de vivir en Latinoamérica. Todo esto ha tendido a desaparecer bajo la aplastante hegemonía cultural norteamericana actual. Esto rompe los sistemas culturales tradicionales “que conforman la manera en que las gentes viven en su cuerpo y hablan su idioma, las relaciones entre ellos y la naturaleza”.
El imperialismo cultural tiende a destruir esas tradiciones. Como dice el Subcomandante Marcos: “La tecnología informática y el poder financiero han rediseñado el mundo con la complacencia de los intelectuales acríticos”. Y agrega: “Es imperioso actualmente que los pensadores progresistas se atrevan a cambiar la historia y a develar las estructuras del poder hegemónico cultural”. Vale la pena oponer estas declaraciones a las realizadas hace muy poco por Colin Powell, el actual secretario de Estado del gobierno de Bush Junior, alertando sobre el peligro de que la juventud norteamericana se esté despegando o desenganchando del modelo de vida norteamericano. Tales temores ponen en evidencia que quizá ya existen fisuras en el modelo imperial, en el centro mismo de una nueva juventud que enfocará –si se materializan los temores del general Powell– la problemática desde nuevas perspectivas éticas. Los Estados Unidos cuentan con magníficos intelectuales críticos (Chomsky, Petras, Holloway, Portis, Jameson entre otros). Tal vez sean ellos –y no inquietantes manifestaciones foráneas– los modelos para esta nueva juventud que tanto parece preocupar a Colin Powell.
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